XXII EPILOGO (I) | ¿NUEVO EPILOGO? O ¿NUEVO COMIENZO?(II)
EPÍLOGO (I)
Lo expuesto no abarca, obviamente, todo lo que pudiera y debiera decirse de Bernardo Leighton. Hay hechos que se conocerán algún día a través de la investigación acuciosa de los historiadores, iluminando aún más el significado de su vida política. Dicha búsqueda no alterará sustancialmente -lo esperamos- las líneas centrales, aquí apenas bosquejadas, de su pensamiento y de su acción.
A nuestro juicio, Leighton nos ofrece un legado que conserva, hoy más que nunca, su plena vigencia. En breves líneas deseamos aquí resumir lo que juzgamos principal.
Fe democrática. Este es el eje central que preside todo lo demás. Sólo dentro de la democracia cree posible llevar a cabo el desarrollo y el progreso del país. Al prohibírsele el regreso a Chile, el autor de estas líneas le envió una carta de solidaridad. Al responder, Leighton expresó una idea que se refiere a este tema y que arroja mucha luz en relación con su conducta permanente. "Tus palabras tan cariñosas y solidarias", dijo, "nos han traído a Anita y a mí el aliento de la amistad firme y noble en horas amargas y oscuras para la democracia chilena que nosotros sufrimos como si se tratara de nuestras personas." Difícil encontrar una manifestación más elocuente de adhesión a una idea. En efecto, ella aparece tan encarnada en el espíritu y en el ser del matrimonio Leighton-Fresno, que sus dolores y tropiezos en la vida real son experimentados como dolores y tropiezos sufridos por sus propias personas. En esta materia, la vida de Bernardo Leighton da un testimonio rectilíneo, cuyas etapas principales ya hemos visto.
Al servicio de la justicia. El marco democrático es necesario para poder luchar con éxito por condiciones más justas de vida para las grandes masas asalariadas y proletarias del campo y de la ciudad. En toda su vida política, Leighton jamás ha utilizado la democracia para defender a los poderosos. Al contrario, siempre ha estado al lado de los mas débiles. Todos los desarrollos teóricos que ha hecho (no muchos, porque era un hombre más de hechos que de abstracciones), han tenido como objetivo el mejoramiento de la situación de los más pobres y desamparados dentro de la sociedad chilena. Su propio ingreso definitivo a la política surge cuando constata por sí mismo, como hemos visto, una vinculación directa y clara entre injusticia y dictadura, que lo impulsa a luchar por la democracia como una forma de poder alcanzar la justicia. Recién llegado a la Cámara de Diputados por primera vez, expresa en una intervención su temor de que la democracia no sirva a la justicia: "Tememos", dice, "que nuestra democracia no llegue a ser para los pobres, para los trabajadores, nada más que una palabra". Por eso, se consagra a darle a la democracia ese contenido sin el cual podría convertirse en una palabra vacía.
Sentido de la realidad. Leighton no cae en el angelismo o en el purismo del que nunca aterriza a resolver los problemas concretos de la tierra. Toda su acción está impregnada de un gran sentido práctico, que busca en cada situación las soluciones posibles o viables. Su diferencia con el pragmático puro está en la orientación de su búsqueda. Ella jamás está desvinculada de todo valor o principio. Procura no practicar jamás el amoralismo en la acción, que suele terminar siendo un inmoralismo puro y simple, oculto bajo el manto de la neutralidad, la explicación tecnocrática o la solución científica única. Su acción está claramente impregnada de una orientación. Sabe que no llegará en cada caso a la solución ideal. Eso no lo inhibe a actuar. Con pasión procura acercarse lo más posible a la meta óptima.
Mediador de conflictos sociales. Leighton demuestra a lo largo de toda su vida, que dentro de la democracia todos los conflictos sociales pueden ir siendo resueltos, en la medida en que haya voluntad de todas las partes de llegar a arreglos razonables. Intentando siempre dar el ejemplo, es un mediador personal de conflictos sociales. Se le ve innumerables veces proponiendo soluciones, obteniendo en la práctica éxitos muy grandes. Suele despertar la confianza entre todas las partes, obtenida a través de la franqueza y un estilo directo de enfrentar los problemas. Tiene capacidad para objetivar las situaciones, despojándolas de subjetivismos y emociones distorsionantes. Su manera sencilla, campechana, comprensiva, exenta de dobleces, le da una autoridad tremenda. Incluso enfrentado a las masas, que reaccionan normalmente en forma muy irracional, les dice todo lo que piensa, contrariando muchas veces el pensamiento impuesto en el ambiente por las consignas y los agitadores. Logra imponer siempre un gran respeto hacia su persona y los planteamientos que expone.
Contrario a las dictaduras de todo tipo. Visceralmente partidario de la democracia, sus críticas a las dictaduras fluyen como una consecuencia lógica. Leighton no hace distingos entre dictaduras buenas y malas, según el color que tengan y las finalidades que persigan. Su visión va más allá de esas circunstancias: todo poder sin control está condenado a caer en perversiones políticas contrarias al ser humano. La dictadura es para él en el fondo eso: el uso de la fuerza sin autoridad que la ligitime, sin contrapesos, sin control. Se emplee en nombre de quien sea, la dictadura es un mal, porque la falta de control democrático hace imposible garantizar que los fines que se invocan se cumplan. Más aún, la naturaleza humana, caída para los cristianos y débil sin disputa para los no cristianos, tiende al abuso de sus derechos, cuando éstos no tienen límites ni controles. El poder dictatorial no escapa a esta regla. Leighton acusa por esto a Stalin como a Franco, Hitler como a Mussolini. Su crítica no entra al problema del régimen económico-social, sino que se mantiene en el presupuesto que para él es previo: las reglas de juego políticas. Si ellas son democráticas, está dado el primer paso para poder llevar a cabo los otros. Si son dictatoriales, hay que luchar contra ellas con primera prioridad, antes de hablar de los otros aspectos. Varias veces analiza con admiración algunas experiencias económicas donde se ha alcanzado una mayor igualdad que la existente en muchos países capitalistas o democráticos. Pero advierte de inmediato que tienen un valor limitado si no avanzan hacia la democracia real, no sólo económica, como pretenden muchos totalitarismos de izquierda, sino también política.
Uso preferente de "medios pobres". Resalta en la acción de Leighton una cierta opción por el empleo de medios despojados de todo aparato excesivo. La distinción entre medios "pobres" y "ricos", que ya hicimos al mencionar su campaña electoral de marzo de 1973, pertenece a Maritain, de tanta influencia en la generación fundadora de la DC chilena. Este gran pensador francés recomienda a los cristianos el uso de los primeros, como más conformes con el espíritu de su doctrina y de una eficacia más sólida, pese a las apariencias. La conducta de Leighton parece adecuarse a esta norma con suma facilidad y convicción. Hay en este aspecto algo muy profundo, relacionado con su forma de ver el poder. Para Leighton no nace jamás de la fuerza, sino de la autoridad que se tiene en virtud de un mandato del pueblo y del ejercicio desinteresado de la misma. El poder no pertenece en la tierra a nadie por sí mismo. Es un servicio a prestar a la comunidad para cooperar en su organización pacífica y ordenada, a fin de que permita el mayor grado posible de realización personal de cada uno de sus miembros. A fin de acentuar este carácter de servicio que tiene el poder, Leighton escoge los medios más sencillos. El contacto directo, el diálogo, la persuasión, forman parte de su manera de hacer política. En los conflictos, que no elude, recurre a la palabra oral y escrita, al testimonio personal y al sacrificio de sí mismo. Usa por tanto, la presión moral, pero renuncia en la teoría y en la práctica al recurso de la violencia. Es un luchador no-violento. Contra todos los pronósticos pesimistas, reflejados a veces en ciertas burlas que contra él se lanzan, no titubea en el camino escogido. Observando su trayectoria, hay que reconocerle resultados concretos que avalan su visión y su manera de actuar.
Mucho más podríamos agregar y aún entonces no agotaríamos el tema. Por ahora al menos, debemos concluir. Digamos, por eso, lo que a nuestro juicio más importa para el momento actual.
Por encima de todo, Leighton es hoy para los chilenos, una presencia democrática y cristiana en una sociedad muy profundamente herida, donde los valores que dicha presencia encarna se encuentran opacados, ahogados y hasta conculcados. Poder llamar "hermano" a un político como él, abre ya una luz de esperanza.
EPÍLOGO (I)
Lo expuesto no abarca, obviamente, todo lo que pudiera y debiera decirse de Bernardo Leighton. Hay hechos que se conocerán algún día a través de la investigación acuciosa de los historiadores, iluminando aún más el significado de su vida política. Dicha búsqueda no alterará sustancialmente -lo esperamos- las líneas centrales, aquí apenas bosquejadas, de su pensamiento y de su acción.
A nuestro juicio, Leighton nos ofrece un legado que conserva, hoy más que nunca, su plena vigencia. En breves líneas deseamos aquí resumir lo que juzgamos principal.
Fe democrática. Este es el eje central que preside todo lo demás. Sólo dentro de la democracia cree posible llevar a cabo el desarrollo y el progreso del país. Al prohibírsele el regreso a Chile, el autor de estas líneas le envió una carta de solidaridad. Al responder, Leighton expresó una idea que se refiere a este tema y que arroja mucha luz en relación con su conducta permanente. "Tus palabras tan cariñosas y solidarias", dijo, "nos han traído a Anita y a mí el aliento de la amistad firme y noble en horas amargas y oscuras para la democracia chilena que nosotros sufrimos como si se tratara de nuestras personas." Difícil encontrar una manifestación más elocuente de adhesión a una idea. En efecto, ella aparece tan encarnada en el espíritu y en el ser del matrimonio Leighton-Fresno, que sus dolores y tropiezos en la vida real son experimentados como dolores y tropiezos sufridos por sus propias personas. En esta materia, la vida de Bernardo Leighton da un testimonio rectilíneo, cuyas etapas principales ya hemos visto.
Al servicio de la justicia. El marco democrático es necesario para poder luchar con éxito por condiciones más justas de vida para las grandes masas asalariadas y proletarias del campo y de la ciudad. En toda su vida política, Leighton jamás ha utilizado la democracia para defender a los poderosos. Al contrario, siempre ha estado al lado de los mas débiles. Todos los desarrollos teóricos que ha hecho (no muchos, porque era un hombre más de hechos que de abstracciones), han tenido como objetivo el mejoramiento de la situación de los más pobres y desamparados dentro de la sociedad chilena. Su propio ingreso definitivo a la política surge cuando constata por sí mismo, como hemos visto, una vinculación directa y clara entre injusticia y dictadura, que lo impulsa a luchar por la democracia como una forma de poder alcanzar la justicia. Recién llegado a la Cámara de Diputados por primera vez, expresa en una intervención su temor de que la democracia no sirva a la justicia: "Tememos", dice, "que nuestra democracia no llegue a ser para los pobres, para los trabajadores, nada más que una palabra". Por eso, se consagra a darle a la democracia ese contenido sin el cual podría convertirse en una palabra vacía.
Sentido de la realidad. Leighton no cae en el angelismo o en el purismo del que nunca aterriza a resolver los problemas concretos de la tierra. Toda su acción está impregnada de un gran sentido práctico, que busca en cada situación las soluciones posibles o viables. Su diferencia con el pragmático puro está en la orientación de su búsqueda. Ella jamás está desvinculada de todo valor o principio. Procura no practicar jamás el amoralismo en la acción, que suele terminar siendo un inmoralismo puro y simple, oculto bajo el manto de la neutralidad, la explicación tecnocrática o la solución científica única. Su acción está claramente impregnada de una orientación. Sabe que no llegará en cada caso a la solución ideal. Eso no lo inhibe a actuar. Con pasión procura acercarse lo más posible a la meta óptima.
Mediador de conflictos sociales. Leighton demuestra a lo largo de toda su vida, que dentro de la democracia todos los conflictos sociales pueden ir siendo resueltos, en la medida en que haya voluntad de todas las partes de llegar a arreglos razonables. Intentando siempre dar el ejemplo, es un mediador personal de conflictos sociales. Se le ve innumerables veces proponiendo soluciones, obteniendo en la práctica éxitos muy grandes. Suele despertar la confianza entre todas las partes, obtenida a través de la franqueza y un estilo directo de enfrentar los problemas. Tiene capacidad para objetivar las situaciones, despojándolas de subjetivismos y emociones distorsionantes. Su manera sencilla, campechana, comprensiva, exenta de dobleces, le da una autoridad tremenda. Incluso enfrentado a las masas, que reaccionan normalmente en forma muy irracional, les dice todo lo que piensa, contrariando muchas veces el pensamiento impuesto en el ambiente por las consignas y los agitadores. Logra imponer siempre un gran respeto hacia su persona y los planteamientos que expone.
Contrario a las dictaduras de todo tipo. Visceralmente partidario de la democracia, sus críticas a las dictaduras fluyen como una consecuencia lógica. Leighton no hace distingos entre dictaduras buenas y malas, según el color que tengan y las finalidades que persigan. Su visión va más allá de esas circunstancias: todo poder sin control está condenado a caer en perversiones políticas contrarias al ser humano. La dictadura es para él en el fondo eso: el uso de la fuerza sin autoridad que la ligitime, sin contrapesos, sin control. Se emplee en nombre de quien sea, la dictadura es un mal, porque la falta de control democrático hace imposible garantizar que los fines que se invocan se cumplan. Más aún, la naturaleza humana, caída para los cristianos y débil sin disputa para los no cristianos, tiende al abuso de sus derechos, cuando éstos no tienen límites ni controles. El poder dictatorial no escapa a esta regla. Leighton acusa por esto a Stalin como a Franco, Hitler como a Mussolini. Su crítica no entra al problema del régimen económico-social, sino que se mantiene en el presupuesto que para él es previo: las reglas de juego políticas. Si ellas son democráticas, está dado el primer paso para poder llevar a cabo los otros. Si son dictatoriales, hay que luchar contra ellas con primera prioridad, antes de hablar de los otros aspectos. Varias veces analiza con admiración algunas experiencias económicas donde se ha alcanzado una mayor igualdad que la existente en muchos países capitalistas o democráticos. Pero advierte de inmediato que tienen un valor limitado si no avanzan hacia la democracia real, no sólo económica, como pretenden muchos totalitarismos de izquierda, sino también política.
Uso preferente de "medios pobres". Resalta en la acción de Leighton una cierta opción por el empleo de medios despojados de todo aparato excesivo. La distinción entre medios "pobres" y "ricos", que ya hicimos al mencionar su campaña electoral de marzo de 1973, pertenece a Maritain, de tanta influencia en la generación fundadora de la DC chilena. Este gran pensador francés recomienda a los cristianos el uso de los primeros, como más conformes con el espíritu de su doctrina y de una eficacia más sólida, pese a las apariencias. La conducta de Leighton parece adecuarse a esta norma con suma facilidad y convicción. Hay en este aspecto algo muy profundo, relacionado con su forma de ver el poder. Para Leighton no nace jamás de la fuerza, sino de la autoridad que se tiene en virtud de un mandato del pueblo y del ejercicio desinteresado de la misma. El poder no pertenece en la tierra a nadie por sí mismo. Es un servicio a prestar a la comunidad para cooperar en su organización pacífica y ordenada, a fin de que permita el mayor grado posible de realización personal de cada uno de sus miembros. A fin de acentuar este carácter de servicio que tiene el poder, Leighton escoge los medios más sencillos. El contacto directo, el diálogo, la persuasión, forman parte de su manera de hacer política. En los conflictos, que no elude, recurre a la palabra oral y escrita, al testimonio personal y al sacrificio de sí mismo. Usa por tanto, la presión moral, pero renuncia en la teoría y en la práctica al recurso de la violencia. Es un luchador no-violento. Contra todos los pronósticos pesimistas, reflejados a veces en ciertas burlas que contra él se lanzan, no titubea en el camino escogido. Observando su trayectoria, hay que reconocerle resultados concretos que avalan su visión y su manera de actuar.
Mucho más podríamos agregar y aún entonces no agotaríamos el tema. Por ahora al menos, debemos concluir. Digamos, por eso, lo que a nuestro juicio más importa para el momento actual.
Por encima de todo, Leighton es hoy para los chilenos, una presencia democrática y cristiana en una sociedad muy profundamente herida, donde los valores que dicha presencia encarna se encuentran opacados, ahogados y hasta conculcados. Poder llamar "hermano" a un político como él, abre ya una luz de esperanza.
¿NUEVO EPILOGO? O ¿NUEVO COMIENZO?
Es imposible imaginar que se ha ido para siempre. Tan fuerte es su presencia. Por eso quiero comenzar diciendo que él vive, que no ha muerto. No estoy haciendo un juego de palabras o cambiando arbitrariamente la realidad. Bernardo Leighton vive y seguirá viviendo, porque llevó una existencia en que hizo y dijo cosas perdurables, que no se olvidan ni se pierden, válidas para todas las generaciones, actuales y futuras.
Fue un hombre de esos que pasan pocas veces por la vida de los pueblos. Con vocación de servicio inspirada en Jesús de Nazareth y con gran religiosidad en su vida personal, no predicó con las palabras, aunque las haya usado con frecuencia, sino con el ejemplo permanente y abundante, practicado hasta el heroísmo, con pasmosa sencillez. Personalmente he llegado a la convicción de que conocimos a un auténtico santo, a la altura de los mejores que han llegado a los altares. Un santo laico, un santo en la política, probablemente como lo fue Tomás Moro en su tiempo, que fue proclamado santo por la Iglesia. No por casualidad surgió y se popularizó la imagen del "hermano". Ella fue acogida como exacta descripción de lo que irradiaba su persona. Fue hombre de fe y de infinito amor. Amó profundamente a su esposa y en la desgracia la cuidó con gran cariño y dedicación, sólo comparables a los demostrados por ella hacia él. "Mi único sufrimiento es la Anita", me dijo una vez, "porque no tenía por qué haber sido herida por balas que eran para mí". No pude contener mis propias lágrimas cuando vi sus limpios ojos empañados y sentí que se quebraba su voz.
No pensaba en sí mismo, sino en lo que le sucedía a los demás. Chile y su pueblo, en particular sus pobres, fueron su gran preocupación. Amó a su "patria del alma", como la llamaba con frecuencia, en forma incondicional. Vibró desde muy joven con los grandes acontecimientos nacionales, pero nunca dejó de verlos como un contexto compuesto de miles de historias concretas, con gente de carne y hueso, con sus grandezas y miserias, con su trascendencia y trivialidad. Pocos hombres han sido tan prácticos y aterrizados como Leighton, para buscar todo tipo de soluciones a cada problema que surgía en su camino, sin caer en el pragmatismo frío, amoral, sin ideales generosos. Pero prefería siempre hablar poco de estos últimos, tal vez porque los practicaba hasta el exceso y tenía fe en que de esta forma convencían más y se expandían mejor.
Asesinos intelectuales y materiales quisieron segar su vida, creyendo que así podrían eliminar los "peligros" de su accionar. No sabían de su inmortalidad. Leighton no sólo sobrevivió al atentado (que él llamaba "accidente") casi veinte años, sino que, con el silencio acusador que guardó disciplinadamente a partir de entonces, puso maravillosa y misteriosamente de relieve, que las armas que matan son muy débiles, virtualmente impotentes, para enfrentarse con la santidad, con la grandeza de alma, con la fuerza de la verdad encarnada en una persona como él. ¡Qué miserables y pequeños -que vulgares y rascas- se ven hoy, desde esta perspectiva, los que creyeron en el poder de la violencia criminal como medio para sacar a Leighton del camino! Esos pobres diablos no sabían de su inmortalidad, no la creían posible. Leighton, con su silencio, les demostró que aunque lo hubiesen matado en esa ocasión, habrían sido derrotados igual, tarde o temprano, porque lo que querían matar con él y en él, que era su decencia, su bondad, su clarividencia política, su defensa digna y corajuda de sus principios de libertad, justicia y solidaridad con los más desamparados, eso -¡sí, eso!- era inmortal e invencible. Más aún, ¡es inmortal e invencible!
¿Vive o no vive Leighton? Aunque he dicho muy poco de lo mucho que sé de su rica y ejemplar vida, creo que es suficiente para avalar la idea de que está vivo, de que está entre nosotros y de que no morirá nunca mientras existan en nuestro país gentes dispuestas a vivir sus ideales como él lo hizo.
Es imposible imaginar que se ha ido para siempre. Tan fuerte es su presencia. Por eso quiero comenzar diciendo que él vive, que no ha muerto. No estoy haciendo un juego de palabras o cambiando arbitrariamente la realidad. Bernardo Leighton vive y seguirá viviendo, porque llevó una existencia en que hizo y dijo cosas perdurables, que no se olvidan ni se pierden, válidas para todas las generaciones, actuales y futuras.
Fue un hombre de esos que pasan pocas veces por la vida de los pueblos. Con vocación de servicio inspirada en Jesús de Nazareth y con gran religiosidad en su vida personal, no predicó con las palabras, aunque las haya usado con frecuencia, sino con el ejemplo permanente y abundante, practicado hasta el heroísmo, con pasmosa sencillez. Personalmente he llegado a la convicción de que conocimos a un auténtico santo, a la altura de los mejores que han llegado a los altares. Un santo laico, un santo en la política, probablemente como lo fue Tomás Moro en su tiempo, que fue proclamado santo por la Iglesia. No por casualidad surgió y se popularizó la imagen del "hermano". Ella fue acogida como exacta descripción de lo que irradiaba su persona. Fue hombre de fe y de infinito amor. Amó profundamente a su esposa y en la desgracia la cuidó con gran cariño y dedicación, sólo comparables a los demostrados por ella hacia él. "Mi único sufrimiento es la Anita", me dijo una vez, "porque no tenía por qué haber sido herida por balas que eran para mí". No pude contener mis propias lágrimas cuando vi sus limpios ojos empañados y sentí que se quebraba su voz.
No pensaba en sí mismo, sino en lo que le sucedía a los demás. Chile y su pueblo, en particular sus pobres, fueron su gran preocupación. Amó a su "patria del alma", como la llamaba con frecuencia, en forma incondicional. Vibró desde muy joven con los grandes acontecimientos nacionales, pero nunca dejó de verlos como un contexto compuesto de miles de historias concretas, con gente de carne y hueso, con sus grandezas y miserias, con su trascendencia y trivialidad. Pocos hombres han sido tan prácticos y aterrizados como Leighton, para buscar todo tipo de soluciones a cada problema que surgía en su camino, sin caer en el pragmatismo frío, amoral, sin ideales generosos. Pero prefería siempre hablar poco de estos últimos, tal vez porque los practicaba hasta el exceso y tenía fe en que de esta forma convencían más y se expandían mejor.
Asesinos intelectuales y materiales quisieron segar su vida, creyendo que así podrían eliminar los "peligros" de su accionar. No sabían de su inmortalidad. Leighton no sólo sobrevivió al atentado (que él llamaba "accidente") casi veinte años, sino que, con el silencio acusador que guardó disciplinadamente a partir de entonces, puso maravillosa y misteriosamente de relieve, que las armas que matan son muy débiles, virtualmente impotentes, para enfrentarse con la santidad, con la grandeza de alma, con la fuerza de la verdad encarnada en una persona como él. ¡Qué miserables y pequeños -que vulgares y rascas- se ven hoy, desde esta perspectiva, los que creyeron en el poder de la violencia criminal como medio para sacar a Leighton del camino! Esos pobres diablos no sabían de su inmortalidad, no la creían posible. Leighton, con su silencio, les demostró que aunque lo hubiesen matado en esa ocasión, habrían sido derrotados igual, tarde o temprano, porque lo que querían matar con él y en él, que era su decencia, su bondad, su clarividencia política, su defensa digna y corajuda de sus principios de libertad, justicia y solidaridad con los más desamparados, eso -¡sí, eso!- era inmortal e invencible. Más aún, ¡es inmortal e invencible!
¿Vive o no vive Leighton? Aunque he dicho muy poco de lo mucho que sé de su rica y ejemplar vida, creo que es suficiente para avalar la idea de que está vivo, de que está entre nosotros y de que no morirá nunca mientras existan en nuestro país gentes dispuestas a vivir sus ideales como él lo hizo.
Posted by Otto Boye 19:53 0 comentarios
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